Origen
Este relato proviene del Himno Homérico a Hermes, compuesto en la antigua Grecia alrededor del siglo VII a.C., dentro de la tradición poética atribuida a Homero. En él se narran las primeras hazañas del dios Hermes: su nacimiento secreto, su travesura al robar el ganado de Apolo y su invención de la lira. Aunque profundamente arcaico, este mito fue reinterpretado más tarde en las tradiciones órfica, hermética y alquímica, donde Hermes aparece como el guía de almas y mediador entre mundos, portador del conocimiento oculto y la sabiduría espiritual.
El Mito de Hermes
Hermes nació en una cueva del monte Cilene, en Arcadia, hijo de Zeus, el rey del Olimpo, y de Maya, una de las Pléyades, diosa tímida y solitaria. Ella dio a luz en secreto, en la profundidad de la tierra, alejada del bullicio del cielo y de los otros dioses.
Pero Hermes no era un bebé común.
Apenas nació, saltó de la cuna, salió gateando de la cueva, y al ver el mundo por primera vez… sonrió. Una sonrisa pícara, antigua, como si ya supiera todos los secretos. Esa misma noche, mientras su madre dormía, ideó su primer gran truco.
El Robo Divino: Hermes y Apolo
Hermes se escabulló hasta Tesalia, donde el dios Apolo guardaba un rebaño de vacas sagradas. Sin que nadie lo viera, las robó, caminando hacia atrás para no dejar huellas claras. Incluso inventó las sandalias para confundir aún más las pistas. Luego, escondió las vacas en una cueva y como si nada hubiera pasado… ¡regresó a su cuna y se envolvió en su manta!Pero Apolo, dios del Sol, lo descubrió rápidamente. Enfadado, fue ante Zeus para pedir justicia. Cuando Zeus le preguntó a Hermes si había robado las vacas, él respondió con la mayor cara de inocencia:
“¿¡Yo!? Pero si soy solo un bebé… ¿cómo habría hecho algo así?”Sin embargo, la astucia de Hermes ya era conocida por Zeus, que rió encantado con la travesura. Y cuando Hermes, para compensar, le entregó a Apolo su nueva invención —la lira, hecha con el caparazón de una tortuga—, Apolo quedó fascinado con su música. Así, en lugar de enemistarse, sellaron una alianza eterna: Apolo le regaló el caduceo, y Hermes se volvió el heraldo de los dioses.
El Mensajero de los Mundos
Desde entonces, Hermes se convirtió en el dios de los viajeros, los comerciantes, los poetas, los ladrones, los soñadores y los muertos. Sí, porque él también guía las almas al inframundo —es el único que puede ir y venir libremente entre los planos. Por eso lo llamaban Psychopompos, el conductor de las almas.Era él quien susurraba palabras proféticas a los oráculos, quien inspiraba la elocuencia, quien acompañaba los sueños lúcidos y quien abría puertas invisibles entre realidades. Su símbolo, el caduceo con dos serpientes, representa el equilibrio entre opuestos, la sanación, y la energía que asciende como un canal de sabiduría.
INVESTIGACION Y ANALISIS DEL MITO EN RELACION CON LOS PATRONES DE DESTINO
Al rastrear los ecos del mito de Hermes en la historia de la humanidad, no podemos dejar de notar cómo este arquetipo encierra una trama que se repite —con nuevos rostros y lenguajes— a lo largo de los siglos. Más que un personaje mitológico, Hermes es un símbolo vivo de un movimiento interior: el impulso del espíritu por alcanzar un nuevo estado de conciencia. Al investigar este mito, se despliega ante nosotros un patrón arquetípico que la humanidad ha vivido y revivido, en sus intentos de elevar la mente hacia lo supremo.
Comencemos atando los primeros cabos. Hermes es hijo de Zeus (cielo, espíritu) y Maya (ilusión, materia mental sutil), lo que ya nos habla de un ser que nace entre mundos. Y esto no es una metáfora menor. El nacimiento de Hermes desde Maya —una de las Pléyades, hijas del titán Atlas y de la oceánide Pléyone— representa un linaje mental, un camino evolutivo que va desde la materia densa hasta la supermente.
Las Pléyades mismas no son solo estrellas en el cielo, sino etapas de conciencia. Desde la mente física (Alcíone) hasta la mente suprema (Maya), vemos cómo el alma humana recorre siete peldaños, cada uno más sutil que el anterior, hasta que se da el salto cuántico a una mente capaz de recibir la chispa divina.
Hermes es, entonces, el símbolo de ese salto. El mediador, el traductor, el viajero entre el mundo de lo conocido y lo inefable. A través de su función como mensajero de los dioses, se convierte en la voz que susurra desde los mundos superiores a la conciencia encarnada, llevando ideas, símbolos, visiones.
Pero ¿qué implica eso para nosotros como humanidad?
Hermes representa la necesidad interna de conectar lo alto y lo bajo, lo espiritual y lo corporal, lo consciente y lo inconsciente. Y esta necesidad es tan antigua como la civilización misma. En la tradición griega, Hermes guía las almas al Inframundo —símbolo del inconsciente profundo— y también lleva los mensajes del Olimpo —el plano espiritual—. Por tanto, es un psicopompo, pero también un psicoelevador.
Este doble movimiento refleja un patrón universal en los mitos: la humanidad debe descender para comprender, y luego ascender para integrar. En la evolución espiritual, el alma no puede ignorar sus sombras ni sus memorias dormidas. El jardín de las Hespérides, al cual Hermes nos acerca a través de sus ancestros, simboliza el lugar donde las memorias olvidadas duermen, esperando ser redimidas. Y como señala el mito: la memoria no puede enterrarse, debe transformarse.
Hermes también es el ladrón astuto de los rebaños de Apolo, acto que nos habla de una mente que quiere alcanzar la luz sin aún comprenderla. Aquí se revela otro patrón arquetípico: la mente, en su afán de controlar la experiencia espiritual, puede intentar apropiarse de lo sagrado antes de tiempo. Y es que la mente, por sí sola, no puede gobernar el alma. Necesita aprender a obedecer a algo superior: la verdad del ser.
Y entonces aparece otra capa del símbolo: Hermes también es Nabu en la antigua Mesopotamia, el escriba de los dioses, quien registra el destino humano. Aquí nos encontramos con la idea de que el lenguaje, la escritura, los símbolos y la magia son los vehículos de lo invisible hacia lo visible. En la Cábala, Hermes es Hod, esfera de la forma simbólica, de la mente que estructura la realidad a través del intelecto, pero también del ritual, la palabra y el arte sagrado.
No puedo dejar de preguntarme: ¿y si todo este recorrido mitológico no fuera más que un mapa de iniciación espiritual que la humanidad ha seguido desde siempre, con nuevos nombres, pero con las mismas estaciones?
Vemos que Hermes siempre aparece en los umbrales: al nacer, al morir, al pensar, al traducir. No es el fin ni el inicio. Es el paso, el cruce, el portal. No es la luz ni la sombra: es el hilo que las une, el puente que se tiende entre dos realidades aparentemente irreconciliables.
Y quizás por eso, en tiempos como los actuales —donde el alma colectiva siente que ha perdido su centro—, el arquetipo de Hermes vuelve a emerger con fuerza: en los caminos de la psicología profunda, en los símbolos del tarot, en el despertar del pensamiento simbólico, en el retorno de los rituales, en la necesidad urgente de volver a unir lo interno con lo externo.
Hermes es el llamado a recuperar la mente como instrumento del alma y no como su tirano.
Es el recordatorio de que la humanidad no solo debe progresar técnicamente, sino también simbólicamente. Que el verdadero viaje no es hacia adelante, sino hacia adentro y hacia arriba. Que, como Atlas, debemos sostener los pilares entre cielo y tierra, y como Hermes, debemos aprender a caminar entre ellos.
Así, el mito se convierte en medicina, y el símbolo en sendero. Hermes nos dice: “No tengas miedo de cruzar. No temas al vacío entre mundos. Yo soy el puente que has olvidado que eres.”